sábado, 28 de enero de 2012

Ética y estética

Tengo 56 años y tengo nítidos recuerdos de lo que en la transición era un debate casi primordial: ¿es mejor la Ética o la estética? Obvio citar las discusiones obre temas tan peregrinos que devinieron en fundamentales una vez implantado el neoliberalismo en nuestra España postfranquista. Ya cité a Alaska, quien afirmaba que se tragaba con todo por miedo a ser tachado de carca.
Algo así ocurría con la política; quien discrepara es que no era un progre y nadie quería ser tachado de retro.
Entramos en la modernidad? Y entró la heroína. Fueron los años duros del caballo que se llevó por delante mucha gente valiosa. Se me ocurre Ivan Zulueta y su gran obra «Arrebato».
El caso es que una nueva ideología se iba implantando en base al engaño: todos podíamos progresa y tener.
Y el tener sustituyó al ser. La imagen al fondo de la calidad humana.
Y esa imagen era fundamental: era una especie de uniforme que te distinguía claramente ante las empresas, sobre todo si eras mujer. Pasar de ella era síntoma de que ibas a ser conflictiva; de que no ibas a interiorizar los mantras de la dirección y, por lo tanto, no valías.
Y la imagen trajo la anorexia: tantas vidas destrozadas por emular a unos cánones de belleza irreales, que ocultaban tras de sí mucho sufrimiento.
De la imagen a la juventud eterna. Los viejos, feos? Los mayores no interesaban so pretexto, una vez más, de la imagen. En realidad se trataba de apartar a todos aquéllos que no tenían visos de abrazar en toda su amplitud, las directrices de la empresa.
Fue una tarea de 30 años que empezó en las escuelas.
Imagen: buena casa y buen coche, aderezado con ropa de diseño.
Se metieron en nuestras consciencias desde el momento que que Felipe declaró el nuevo dogma de que la gestión privada era mejor que la pública.
Y todos locos a trepar por encima de los cadáveres que hicieran falta. Y a adorar al nuevo becerro del oro, eso sí, vendido a plazos.
También el nuevo neoliberalismo tenía, obviamente, componentes ideológicos. No me refiero a los morales porque en eso son tan retros como decimonónicos.
Todos. Sus códigos morales abarcaban todos y cada uno de los sectores de la vida social: desde qué comer hasta donde ir de vacaciones.
Y luego llegó el tabaco. Había que demonizarlo para que después las farmacéuticas hicieran, o creyeran que iban a hacer su agosto, mediante de la venta de productos antinicotínicos.
Llegaron también las prohibiciones y lo políticamente correcto. Todo. Todo estaba marcado y etiquetado en una vida social encorsetada, encaminada a conseguir más y más y más cosas: en convertirte en un consumidor compulsivo, incluso de salud vía farmacia o para farmacia.
Pero el centro fue el tabaco. A atacarlo se dedicó desde la industria de Hollywood hasta la más sincera maestra de escuela.
Había muchos intereses de por medio: crear demanda hasta entonces inexistente, para unos productos creados en el laboratorio, para combatir el mono de nicotina. Hasta entonces, fumar era aceptado socialmente; después, poco a poco, comenzaron en Estados Unidos a extender la visión interesada de las potentes compañías farmacéuticas que no investigan la malaria porque los africanos no tienen dinero para pagar su vacuna: que se mueran. Tenían que haber nacido clases medias. Para los parias no se fabrica nada. No cuentan en el sistema.
Y una vez bien instalado en el inconsciente colectivo que el tabaco era el mal de todos los males y los fumadores no sólo nos matábamos a nosotros mismos, sino que matábamos a quienes teníamos al lado, el llamado fumador pasivo. Se nos criminalizado.de tal manera que somos asesinos potenciales de nuestros conciudadanos, que con un descenso enorme de fumadores, sigue muriendo de cáncer. De cualquier cáncer. Algo que cuando todos las atmósferas intersantes estaban llenas de humo, no ocurría. Curiosamente, cuando menos se fuma es cuando más se muere.
Contaminación atmosférica. Aire. Ozono. Residuos industriales. Fertilizantes. Óxidos. Azufre. Nitrógeno. Catalizadores. Miles de sustancias química flotan el aire que respiramos.
Todos estos elementos hacen que el número de afectados por enfermedades graves pulmonares o cáncer, no haya disminuido.
Y parece que esta contaminación de las ciudades tiene más que ver con el cáncer que el tabaco.
Pero ya está interiorizado en el inconsciente colectivo. Han sido treinta duros años de labor de zapa que han obtenido sus resultados. Fumadores a la calle.
Hoy se vende menos tabaco. Y resulta que este demonizado tabaco subvencionaba la sanidad pública.
La segunda parte de la jugada: se iba a privatizar, al menos, en principio, la gestión.
Pero en el negocio también entraba la comida.
La compañía Montsanto, cuya valedora en Europa fue el Gobierno español de Zapatero, introdujo en España los OGM (Organismos Modificados Genéticamente) con la obligación de ponerla en los etiquetados.
Somos los únicos europeos que permitimos que nos envenenen con estos OGM. Nadie más en Europa ha dejado entrar a Montsanto.
Y sí que vemos si la bollería tienen grasas transgénicas. A mogollón. El colesterol y la obesidad suben sin control entre sus consumidores. América padece una «epidemia» de obesidad por tener los OGM en cualquier producto alimentario preelaborado.
Sin embargo, si podemos controlar los componentes de un alimento industrial, estamos perdidos en cuanto a saber de qué comen los animales de granja.
Un reportaje de CNN+ lo mostró claramente: estos animales, cuando no viven en un entorno natural que de por sí les da el sustento que precisan, se alimentan con piensos transgénicos, mucho más baratos que cualquiera de sus antecesores en estos menesteres. Y nos los comemos sin saber que son más que potencialmente peligrosos.
Y es que en los Organismos Genéticamente Modificados, si que hay acreditada una correlación con el cácer ampliamente estudiada: su consumo aumenta a un ritmo vertiginoso los tumores en ratones de laboratorio.
Somos los únicos que le hacemos el caldo gordo a Montsanto, a quien el agricultor se ve ligado de por vida porque siempre tiene que comprar las semillas. Incluso, si por efecto de la polinización natural, campos no transgénicos se contaminan; entonces aparecen inmediatamente los agentes de Montsanto, no a pagar los daños ocasionados por sus semillas, sino a exigir que entren a formar parte de la rueda del pago continuo año tras año a la compañía en concepto de semillas. La alimentaciçon objeto de negocio especulativo.
No hay límites. O eso creen y creían.
¿Y qué decir de la belleza? Sin ella no eres nada.
Lo primero es la imagen que nos llega por la vista; lo segundo, si se corresponde con la dictada por el código neocon, comprobar si esta sumisión a la hermosura, lleva consigo la ausencia de capacidad crítica
La capacidad crítica. En cualquier otra época se consideraba algo positivo: aportaba el valor añadido de la visión personal de los trabajadores.
Hoy no. Lagarto, lagarto. Todos a una. Pensamiento único; palabras que igual sirven para un roto que para un descosido.
Y en este delirio de impostura, entra el concepto de la eterna juventud.
La vejez, según sus estudios científicos bien publicitados a lo largo y ancho del mundo, dicen que yo ya no tengo neuronas para pensar porque se mueren a partir de los 40 años.
Adiós a la sabiduría empírica del viejo jefe de la tribu, o de nuestros mayores que por sus vivencias, acumulan saberes que sólo se adquieren con el tiempo y la experiencia.
Pero ésta es la razón del guión neoliberal. Hay otra mucho más prosaica y cruel: ¿cómo vas a moldear a alguien de 40 años? Si a los 40 te quedas sin empleo, olvídate. Entras a formar parte de los fracasados, los outsiders... Adjetivos que se usan en abundancia para deaclificar a aquél que no entra en la rueda de esta película guionizada y montada hasta el extremo por estos nuevos neoliberales.
Y así hemos llegado a la sociedad actual, gobernada por arribistas fascinados por el becerro del oro que ya no pueden comprar ni a plazos.
Unos directivos que sólo saben pensar a corto plazo. No llegan a más después de décadas de abducción moral de estos neochicago boys.
Total, la vida dura poco...
Pero a pesar de esa afirmación, no han parado de buscar el elixir de la eterna juventud. Vaya negocio en bancarrota el de la cirugía estética.
Y es que también ellos son humanos y envejecen y envejecerán, ahora sin poder pagarse ni un mísero estiramiento facial que pueda disimular su historia.
Más bien, en un momento determinado, estos neochicos se verán como lo hizo Dorian Grey en su retrato. La verdad puede ser terrible a veces.
Pues bien. Esta ideología social, sin la que jamás hubiera podido triunfar la económica, ha llevado al poder a seres mediocres y egoístas que nunca han mirado por mantener la vaca para así poder tener leche y combustible.
Por eso es sagrada en la India. Porque garantiza un mínimo de sustento a las familias.
Algo ajeno a su cortedad de miras y una escasa inteligencia regida por patrones fijos, que no sabe prever nada que vaya de hoy para mañana.
Crecer, crecer y crecer. Compulsivamente. A costa de los ciudadanos y del planeta, que muestra su rabia cada vez más a menudo, por el escaso respeto que esta cultura les muestra.
Escaso respeto y escasas luces. Claro que siempre esperan que el fin del planeta ya no les coja a ellos.
Obvio es que tienen en poca estima a sus descendientes, porque les dejan una herencia envenenada.
Y yo observo todo y no puedo dejar de sentirme culpable; porque quienes dejamos que este sinsentido reinara en nuestra sociedad fuimos nosotros, aquéllos que nos dejamos la piel luchando contra Franco y una vez llegada la democracia, nos dejamos seducir por el becerro del oro.
Sí, culpa de mi generación.
Bien se sabe que nunca toqué poder ni me gustó: el poder implica responsabilidad y yo nunca la he querido. Nunca me ha gustado tener la capacidad de decidir sobre vidas y haciendas ajenas.
Si a eso se añade que una vez remontada la transición, la política se convirtió en un oficio de servir a los míos, previa adulación al superior en la escala, el mismo que nunca quería inteligentes a su lado que le hicieran sombra, nos encontramos con una clase dirigente más que mediocre: ha medrado a costa del peloteo, no de la inteligencia.
Y estos se aplica a los políticos y a los detentadores del capital, que todavía no han hecho siquiera una revolución industrial en condiciones. Ni piensan hacerla porque su único interes es pegar pelotazos, cuántos más mejor.
De la política política, corramos un estúpido velo. Su dependencia del sistema financiero para convertirse en casta social aparte, léase PP-PSOE, ha llegado a tal servidumbre que da pena y vergüenza ajena.
Y volvemos ahora a la ética y la estética. Ambos son conceptos, en mi opinión, intercambiables. Baste ver los programas megalómanos de la Comunidad Valenciana, que es la que me toca de cerca, para darse cuenta que ésa era la estética de una ética que consideraba, como Franco, el territorio a administrar como una finca particular de su propiedad, para hacer con ella lo que le diera la gana.
El desmadre urbanístico en la Comunidad Valenciana creo que no tiene parangón. La llegada de la crisis inmobiliaria permitió que no se asfaltara toda la montaña de Alicante; la costa está ya irremdiablemente perdida.
Y ahora el modelo se crecimiento se muestra con toda su crudeza. Se cae a pedazos y muestra las miserias de un sistema creado para ganar a costa de todo: de la v¡da misma si se tercia.
Y hoy vemos sus resultados. Manda la estética de la gente que pide porque no tiene ni para comer y está en la calle.
Porque la ética de esta política se ha basado en el mantra asumido socialmente de tonto el que no roba.
Y ahí tenemos todos la culpa.
Todos, me incluyo por sentirme parte de esa juventud que trajo esta democracia a España, y tragamos con que alcaldes, presidentes de Diputación, monaguillos, presidentes de comunidad y un sinfín de cargos que abarcan a casi todas las formaciones políticas, se subieran a la parra en nombre de la dignidad del cargo.
Es hoy, ahora mismo, cuando vemos la quiebra total del sistema; el resultado ruinoso de gestiones que aún hoy quieren postularse como modélicas.
Insisto, nos llevamos las manos a la cabeza ante el desastre total que padecemos por la dejación que hicimos de nuestros valores, al incorporar como propios los que hasta el momento eran muy ajenos: el becerro del oro.
Y estamos así y todavía no hemos pedido cuentas al gobierno de la nación, responsable último del país. Aún no le hemos exigido a la clase dirigente que nos ponga negro sobre blanco qué debemos, desde cuándo y en concepto de qué.
Mientras tanto, en Alemania, la ínclita Merkel sigue favoreciendo a los bancos frente a los estados y sus ciudadanos.
Muestra una imagen de control absoluto sobre Europa. Pero se olvida de que también viaja en el Titanic. Aunque vaya en primera, se hunde con los demás; va a la quiebra igual.
Pero eso no sólo no me consuela sino que me aterra. Porque, ¿qué recambio hay?
Ellos serán los austeros luteranos; nosotros, bien definidos por Antonio Machado, los de charangua y pandereta, Pero es que aquí se ha invertido mucho en fútbol y poco en I+D+I.
Nos hundimos y nadie pide explicaciones en el lugar apropiado. El Parlamento.
Nos creemos lo que nos echen.
Será que aún perdura en nosotros el alma del pícaro del XVII.
Después será el llanto y crujir de dientes, pero ahora, hala, viva la endogamia. Cada uno en su sitio, sin mezclarse.
No vemos más allá de nuestras narices.
Pero, como cantaba Jarcha, aquí hay demasiada buena gente para tanto político arribista que defiende su puesto de trabajo. Porque no tiene otro ni capacidad para otra cosa que no sea el chalaneo y la lucha por el poder.
Y al resto nos queda la estética de la pobreza.
Será cuestión de encerrar a los pobres en centros como los de los inmigrantes, para que no estropeen la estética virtual en la que todavía viven algunos. Una estética que no es ni más ni menos la ética que preside Occidente.

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